El flamenco es demasiado…
Nos enseña el valor de ser justo, preciso, sensible, contundente. La importancia de hablar claro. Nos hace estar pendientes del otro, nos obliga a estar en el presente, a ser flexible, a dosificar, a escuchar y a escucharnos. Nos permite animarnos unos a otros, nos da raíces, nos expande el espíritu. Habla de lo mundano y de lo trascendental, tiene sonidos exquisitos y misterios inexplorados. A veces es caverna, a veces, la linterna, el faro. A veces seco y tajante y otras veces dulce y cadencioso. Grita lo que se tiene que decir a grito, llora cuando es necesario y susurra cuando es pertinente. Dialoga con finos argumentos. Es íntimo pero se comparte. Acompaña, guía, alumbra, levanta la mano, te dice verdades, te las repite, no te engaña. Nos desnuda, nos pone a dudar, nos hace atravesar, nos desafía. Nos confía sus penas… nos lleva, nos trae, nos acerca al centro de la tierra y nos aleja de lo superficial. Puede ser de terciopelo, de cuero o de algodón. Nos permite ser, nos obliga a estar y a llegar a tiempo. Con la misma fuerza acompaña un duelo que acompaña una fiesta. Necesita independencia y libertad pero sabe trabajar en equipo. Descifra tu esencia y disipa las penas. Crea conciencia y despierta tu intuición. Te da segundas oportunidades y, a veces, si te pierdes te busca. Para divertirnos no le falta la alegría y la picardía. Conquista, enamora, convence y cura. Cría, alienta y alimenta.
Llora contigo…. De-ma -sia-do